De amor y otros tormentos

ImageA todos nos han destrozado el corazón y si estás leyendo esto y no te ha sucedido, no comas ansias, ese amor maldito viene en camino. En qué momento hemos llegado a creer que el amor es un Dios infalible como lo dijo Borges, maldito el momento en que nos postramos a sus pies y lo adoramos. Nos consumimos en las llamas de una pasión y terminamos por pensar que el amor es la única excepción al cambio constante, que es el único eterno y desafía las reglas de la vida.

Nos movemos en el espacio ínfimo de lo inimaginable y lo verdadero. Cuando ha llegado ese amor, nos damos cuenta que será el único amor que sentiremos con tal viveza y desbordamiento, que nos sulfuramos por ser el único para esa persona. Nos desvivimos por morir en los brazos de ese amor que resulta nuestra bendición y posteriormente nuestro tormento. No nos damos cuenta que el amor es nacido para morir.

En el momento en que caemos en esa atemporalidad e inmutabilidad del amor, hemos entregado las armas con las  que seremos destruidos. Perdemos el sentido de lo que puede o no ser y en pocas palabras nos encontramos enamorados. Es en lo más profundo del amor, cuando podemos llegar a tocar fondo de nosotros mismos y saber qué somos capaces de hacer por la otra persona, por la media naranja,  por el amor de nuestra vida, por el compañero de múltiples batallas.

Pero, es verdad que para todo hombre hay una cabrona y que para toda cabrona hay cabrón y medio. Nadie está exento de sufrir por amor y de abrir los ojos a la realidad y por qué no, de endurecerse y elevar los escudos y ponerse en guardia y dejar de pensar que el amor es eterno y que simplemente resulta a veces en alegría y otras veces en arrepentimiento. Solemos encontrar este “único” amor en la adolescencia, cuando las hormonas están en su plena actividad y devoción, es decir, la época de la punzada.

Pero nos damos cuenta todos aquellos que hemos atravesado por un tormento similar del único amor, qué tanto nos queremos y hasta dónde somos capaces de llegar por nosotros mismos. En ese momento se nos plantean dos panoramas u opciones posibles. Continuar sufriendo y ser el estúpido o convertirse en el aprendiz de la vida y ser un cabrón o una cabrona, y contribuir con la cadena interminable del amor.

Se nos pasa el amor ridículo, como lo llamo yo. Ese amor que espera que el otro haga o se comporte de cierta manera para agradarnos. Se nos acaba la paciencia y nos llega el “malpensar” de qué es lo que el otro diga o haga, con quién y a qué horas. Tenemos una especie de paranoia que nos persigue aunque tengamos la seguridad personal a tope. Ante este miedo que se engendra ante el rompimiento del corazón engendra como hijo no deseado un escudo o reflejo ante futuros amores. Nos volvemos más rudos, más prácticos, menos soñadores y más realistas. El idealismo hace mucho que se fue por el barranco.

Lo aceptemos o no, este amor nos cambia y nos cambia para siempre. Lo mismo que sucede ante un trauma, desarrollamos actitudes, sistemas de pensamiento y emociones diferentes. Buscamos la protección en el desapego, buscamos fortalecernos en el olvido y nos consagramos en el orgullo. A partir de ese momento, tú ya te has convertido en un nuevo ser humano, volviste a nacer y estás por convertirte en ese bastardo que alguien más va a recordar para siempre. Tal vez sea para una o varias personas, eso no lo sabes, pero estás seguro que en este juego se gana o se pierde. Tiras los dados y esperas tener el número ganador. Sacas tus cartas y las juegas de la mejor manera. Te conviertes en el cabrón o cabrona que tanto habías odiado. Piensas en las mejores estrategias y te arrojas en la arena.